El pueblo de nuestra
infancia, es algo que solamente los viajeros más aventureros pueden
imaginar sin necesidad de mapa. Otra cosa bien distinta, sería si nos
estuviésemos refiriendo aquí a aquel pueblo que probablemente sólo
habita en la imaginación de las niñas sin calcetines. Como podrán
suponer, me estoy refiriendo al siempre presente pero al mismo tiempo
tan poco conocido como el pueblo de los descalzos. Pongamos las cosas
en su sitio- tiempo habrá para sacarlas de él y digamos para empezar- y
dejándonos ya de fronteras y de territorios-, que las niñas sin
calcetines, son un lujo para las madres modernas. No se pueden imaginar
ustedes la cantidad de lavadoras, de agua, y de luz, que sus
progenitores ahorran cada vez que deben hacer la colada. Como
contrapartida, las niñas sin calcetines, tienen los pies duros, llenos
de hongos- de todo tipo-, y, si la desgracia se cruza en el camino, más
de una acabará perdiendo las uñas por el choque de una roca.
Las
niñas sin calcetines sueñan con lo que no tienen. Son niñas que apenas
han sentido el tacto de una mano, el roce de la tela, el calor del
algodón. Y, pese a que nosotros pensemos que sus sueños van en la misma
dirección que lo que les falta, sólo desean una cosa: encontrar un
príncipe lo suficientemente natural y limpio como para que no destiña-
ni él, ni sus calcetines, ni las ilusiones que las mantienen con vida.
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